En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
Enderezad sus sendas.
Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre.
Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán,
y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. (MATEO 3: 1-6)
El surgimiento de Juan fue como el repentino resonar de la voz de Dios. En aquel tiempo los judíos habían aceptado tristemente el hecho de que la voz profética ya no se dejaba oír. Decían que hacía cuatrocientos años que no había profetas. Como ellos mismos decían, «no se escuchaba la voz, y no había nadie que respondiera.» Pero en Juan volvió a resonar la voz. Ahora debemos preguntarnos cuáles eran las características de Juan y de su mensaje.
1- DENUNCIABA INTRÉPIDAMENTE EL MAL CUANDO Y DONDEQUIERA QUE LO ENCONTRABA.
Si era el mismo rey Herodes el que pecaba contrayendo un matrimonio malvado e ilegal, Juan le reprendía. Si los escribas y los fariseos, los líderes del judaísmo ortodoxo, los jerarcas de la iglesia de aquellos tiempos, estaban inmersos en un formalismo ritualista, Juan no dudaba en declararlo. Si la gente corriente vivía volviéndole las espaldas a Dios, Juan se lo decía.
Siempre que Juan veía el mal -en el estado, en la iglesia, en la sociedad-, lo denunciaba. Era como una luz que iluminaba los lugares tenebrosos; era como el viento de Dios que barría todo el país. Hay siempre un lugar en el mensaje cristiano para la advertencia y para la denuncia.
Puede que haya habido tiempos en los que la Iglesia ha tenido demasiado cuidado de no ofender; pero hay situaciones en las que tiene que pasar la hora de la cortés suavidad, y tiene que llegar la de la reprensión terminante, según sea la circunstancia.
2- CONVOCABA URGENTEMENTE A LA GENTE A LA JUSTICIA.
El mensaje de Juan no era una mera denuncia negativa; era una positiva presentación de las exigencias morales de Dios. No sólo denunciaba el mal que se hacía; también emplazaba al bien que se debía hacer. No sólo condenaba a los hombres por cómo eran; también los desafiaba a ser como podían ser. Era como una voz que convocaba a cosas más elevadas. No sólo reprendía el mal, sino también presentaba el bien.
Puede que haya habido tiempos en los que la Iglesia estaba demasiado ocupada en decirle a la gente lo que no tenía que hacer, y demasiado poco en presentarle la cima del ideal cristiano.